V CENTENARIO DE SANTA TERESA
"Vivo sin vivir en mí,
y tan alta vida espero,
que muero porque no muero".
(Relato ganador día del libro)
“CENIZAS EN LA ETERNIDAD”
Las
historias, esas historias que empiezan
con un orden, por el principio y terminan por el final. Esas historias, novelas y cuentos
reales. Pero... ¿Novelas y cuentos reales?
Pues
sí amigos. Mi nombre es Ramón Espina y esta es mi historia.
El
reloj marca las 06:00. Las manos de mi hermana Esther, me parecen cuchillos en
su intento de despertarme: ¡Venga Ramón! ¡Tenemos que ir con papá!” -Me
dice entusiasmada- pues nuestros padres están separados y hoy
nos dirigimos hasta Atocha para verle.
Entre
los estiramientos y bostezos que doy para despertarme, miro de reojo el libro
que nos han mandado en clase: “El Quijote”. Un cuento, no es real, ¡buah!. Tendré que ir en el tren leyéndolo. Miro
hacia otro lado y veo mi walkman con el
disco de Extremoduro que me compró mi madre. Cambio de planes, iré escuchándolo
en el tren.
Mi
hermana ya está lista, pero yo no quiero irme. ¡ Uff, vaya entuerto! Unos días
aquí y otros días allá. Además estoy triste con mi padre y se lo comento a mi
madre. Ésta me responde:
“tristeza y
melancolía no las quiero en casa mía”
¿Qué
dice esta mujer?. Luego se despide de nosotros y le pregunto a mi hermana el
significado de aquella frase. Me dice, que es una frase de Santa Teresa. ¡Vamos
que ni idea de quién es!
La única frase que se encuentra en mi cabeza
es: “Y dejar de lado la vereda de la
puerta de atrás” “Ni idea de quién es ¿eh?” - Me dice-, me lee la mente:
-
“Era una persona maravillosa, ayudaba a
todos....”
-
“¡Vale, vale!” la interrumpo y su cara de pocos
amigos me hace tragar saliva.
Bajamos
la calle Escritorios y cuando llegamos a la calle Cervantes llega el autobús.
Nos subimos y éste nos lleva al Paseo de la Estación, que cruzamos para llegar
al edificio de Renfe. En la estación todo está tranquilo, como el mar en tiempo de
bonanza.
Pasan
los siete minutos que se indicaban en el cartel y el tren llega. Subimos a él.
De repente, veo a un tipo con una mochila, mirando a todas partes, deja la
mochila y se baja. ¡Qué raro! Y en ese instante, a la torpe de mi hermana se le
cae el dichoso libro y no sé por qué lo cojo, lo abro y comienzo a leerlo.
Me
engancho a la novela de mi paisano Miguel.... Pero algo me aturde, esa
mochila...
Me levanto para cogerla y mi hermana me
propina un tirón
-
“¡Ni se te ocurra tocarla!”- Me dice.
“Próxima
estación, Atocha”. ¡Por fin! Mi hermana
y yo nos organizamos para bajar y… de pronto, todos los ocupantes del vagón
saltamos tras un estruendo que cada vez
se oye más cerca.
La
gente grita. Una bofetada nos sacude, me siento ciego, como Don Quijote ante
sus gigantes. Se apagan las luces, algo me cae sobre el brazo y en esa
ínsula de incertidumbre, sólo pienso en
mi hermana.
Oigo
llantos, mi brazo no se mantiene. Humo, gritos.... En medio de tanta gente, la veo, casi sin vida y entre
lágrimas, la hablo. Al instante llegan los bomberos, intento acompañarles pero
no me dejan. Me trasladan a un polideportivo y mientras espero a mis padres,
observo la gran gesta de las personas
que ayudan, como zagales de un mismo pastor, ¿Será el llamado amor? Yo no creo
en eso, después de lo ocurrido… y encima mi hermana, a la que más quiero, puede
que esté muerta.
Entre
tanto, llegan mis padres, que llorando me abrazan. Les pregunto por Esther, no
encuentran las palabras. Se miran el uno al otro con temor, su gesto lo dice
todo. Entonces comprendo, con el alma
rota, que mi hermana se ha ido.
Han
pasado 12 años de lo ocurrido, mis padres están otra vez juntos y mi entorno es
una morada de felicidad, aunque el recuerdo de mi hermana y el de tantas
otras personas sigue presente.
Después
de aquello, cada día, con esta frase,
agradezco que estoy vivo:
“Es
para mí una alegría oír sonar el reloj, veo transcurrida una hora más de mi vida y me creo un poco más cerca de Dios”.
Al
final las novelas pueden ser reales, Don Quijote y su corazón está en muchas
personas. Y todas las historias no siempre tienen que empezar por un principio,
la mía ha empezado por el final y voy a acabar diciendo: “En un lugar de la
Mancha...”
Laura Labrador
Rodríguez.