sábado, 11 de julio de 2015

"SÓLO OS PIDO QUE LE MIRÉIS" (Sta Teresa)


Si te miro, Señor Jesús,
siento que me miras,
que me acoges y me amas.

Si te miro, Señor Jesús,
me sacio del agua viva
que brota de tus entrañas.

Si te miro, Señor Jesús,
palpo el derroche de tu gracia
haciendo rebosar mi alma.

Si te miro, Señor Jesús,
perdono juicios ajenos
al sentirme perdonada.

Si te miro, Señor Jesús,
trato siempre a los demás
como yo quiero ser tratada.

Si te miro, Señor Jesús,
veo el rostro del pobre
gritándome desde su nada.

Si te miro, Señor Jesús,
no puedo sino ante tu silencio
acallar todas mis palabras.

Si te miro, Señor Jesús,
se hace la LUZ en mi mirada.

                                                                                   
                                                                                                  M. J Valladares


UNA TARDE… UNA VIDA

                                Era al atardecer. El sol se estaba poniendo en aquel apacible día de verano. 

     Necesitábamos estar un rato a solas y nos hicimos a la mar.

    Otras barcas nos seguían, no se resignaban a perder este rato de la tarde en el que contigo charlábamos en intimidad.Las aguas (Mar de Galilea) eran un remanso de paz. El día había sido duro, se había hecho el silencio y decidiste descansar. 

     ¿Dormías? Quizá soñaras despierto, soñando para nosotros tu mejor programa de felicidad.

    ¡Qué a gusto se estaba en tu barca, sintiendo sólo la suave brisa del mar, contemplando tu rostro sereno, oyendo a la creación unirse en el murmullo de un único cantar! 

    ¿Podría haber en la vida mayor estallido de paz? 

    De repente… las olas se empezaron a encrespar de tal forma que a la barca hacían tambalear. Gruesos nubarrones parecían querernos acorralar, toda la tranquilidad de la tarde en un momento se volvió oscuridad.

     El miedo me sobrecogía, la angustia me hacía temblar. Mi mirada se clavaba en tu rostro y Tú… seguías tranquilo sin apenas quererte enterar.

    Pude resistir un poco… y otro poco más. Llegó un momento en que asustada me puse a gritar: ¡Maestro, Maestro!  ¿Qué es esto? ¿Por qué tanta oscuridad? ¿Es que no te importa que perezcamos en el mar?

    Me costó hacerte despertar. Tu actitud me confundía. ¿Cómo podías estar tan sereno  en medio de tanta tempestad?

    Me miraste, después… volviste tus ojos a la mar. Me miraste de nuevo y tras un breve silencio…

 “¿Por qué tienes que temblar? No habías dicho en aquel otro momento que sólo sentir mi presencia 

cerca bastaría para darte seguridad?¿Y ahora… no estaba yo contigo? 

¿O piensas que mientras callo o duermo mi corazón deja de escuchar 

 

                                                                Evangelio del día 28/1/89