He aquí el Corazón que tanto ha amado a los hombres.
¡Míralo! No apartes la vista. No le bastaba con amarte y
hacerse hombre.
No le bastaba con amarte y ser un hombre cualquiera;
no le bastaba con amarte y morir en una cruz...,
incluso muerto el mal le hiere con una lanza desgarrándole el
corazón.
Y Él, todo un Dios, en
vez de rebelarse ante tal crueldad,
nos regala hasta la última gota de su sangre y de su agua.
Y precisamente, en ese corazón abierto y herido
se ha concentrado todo el amor de Dios.
En ese Corazón traspasado está el auténtico rostro de Dios.
¿Cuál es ese rostro?
El rostro de amor que se da hasta el extremo.
El amor que abruma.
El amor que no atiende a razones y destroza cualquier
planteamiento humano.
Es un amor tan exagerado, que solo puede ser divino.
Un amor así no se puede contar ni definir.
Solamente se puede aceptar y disfrutar.